Lo siento vecino.
Vecino, ya no hay un perro que vaya ladrarte cada que subes las escaleras hasta tu puerta.
Te escuho, brevemente y por debajo de Tania Libertad, subir con tu calzado seco; abrir después la verja que proteje tu departamento. Rechina y eso hubiera bastado a mi perro pa´ladrarte con su furia de raza pequeña y blanca por razones que sólo él conoció; no nos culpes de sus preferencias, se me ocurre decirte que a él no le agradaban los homosexuales.
Lo siento vecino, no soy yo; es el perro.
Hasta fui un sábado, hace pocas semanas, a la marcha gay; en tu representación quizá, ya que no te vi alegre bailando sobre un carro alegórcio, o gritando semidesnudo bajo la gran lluvia, como una loca; o exhibiendo lo que no te merezes y te cuelga entre las piernas; vistiendo el falo con figuritas rosas o purpúreas; tu foco de infección.
Lo siento vecino, no soy yo; es el perro.
Hasta mi mejor amigo es como tú. Algún día habrán de tocarse en un cuarto oscuro o en el último andén del metropolitano a horas inmorales. No creo vecino, ni te hagas a la idea. No eres su tipo.
Lo siento vecino, no soy yo, es el perro.
Ya puedes subir tranquilo, respirando humedad de septiembre en vez de orín de Maltés. Ya puedes sentarte a platicar con tu novio sobre Gloria Trevi sin escuchar al canino ladrar enfadado por razones que sólo él conoció.
No eres el primero.
Teniamos un perro cuando vivíamos en una vecindad, en frente de las vías. Era hembra y homofóbica. Por esas fechas nuestro vecino era un travesti; vulgar, estilista. Mi cachorra lo odiaba. Le tocaba subir, a la Choca, por unas escaleras de fierro hasta su puerta, a la que siempre le faltaba una ventana; es admirable el olfato de los perros, ella te ladraba desde antes que salieras del metro.
Lo siento vecina, no era yo, era la perra.
Hasta mi mamá te hablaba con cariño y te pedía que cepillaras mi cabello incorregible.
Vecino, el perro se ha ido. Me conviene decir lejos , por razones poéticas y, hasta es cierto. Cuéntale a tu madre, cuéntale a tu novio, cuéntale a tu hermano. Les darás una gran noticia. Tal vez ya podamos ser amigos y saludarnos 500 veces al mes sin utilidad cuando nos cruzemos. No creo.
Lo siento vecino, no era el perro, era yo.
Te escuho, brevemente y por debajo de Tania Libertad, subir con tu calzado seco; abrir después la verja que proteje tu departamento. Rechina y eso hubiera bastado a mi perro pa´ladrarte con su furia de raza pequeña y blanca por razones que sólo él conoció; no nos culpes de sus preferencias, se me ocurre decirte que a él no le agradaban los homosexuales.
Lo siento vecino, no soy yo; es el perro.
Hasta fui un sábado, hace pocas semanas, a la marcha gay; en tu representación quizá, ya que no te vi alegre bailando sobre un carro alegórcio, o gritando semidesnudo bajo la gran lluvia, como una loca; o exhibiendo lo que no te merezes y te cuelga entre las piernas; vistiendo el falo con figuritas rosas o purpúreas; tu foco de infección.
Lo siento vecino, no soy yo; es el perro.
Hasta mi mejor amigo es como tú. Algún día habrán de tocarse en un cuarto oscuro o en el último andén del metropolitano a horas inmorales. No creo vecino, ni te hagas a la idea. No eres su tipo.
Lo siento vecino, no soy yo, es el perro.
Ya puedes subir tranquilo, respirando humedad de septiembre en vez de orín de Maltés. Ya puedes sentarte a platicar con tu novio sobre Gloria Trevi sin escuchar al canino ladrar enfadado por razones que sólo él conoció.
No eres el primero.
Teniamos un perro cuando vivíamos en una vecindad, en frente de las vías. Era hembra y homofóbica. Por esas fechas nuestro vecino era un travesti; vulgar, estilista. Mi cachorra lo odiaba. Le tocaba subir, a la Choca, por unas escaleras de fierro hasta su puerta, a la que siempre le faltaba una ventana; es admirable el olfato de los perros, ella te ladraba desde antes que salieras del metro.
Lo siento vecina, no era yo, era la perra.
Hasta mi mamá te hablaba con cariño y te pedía que cepillaras mi cabello incorregible.
Vecino, el perro se ha ido. Me conviene decir lejos , por razones poéticas y, hasta es cierto. Cuéntale a tu madre, cuéntale a tu novio, cuéntale a tu hermano. Les darás una gran noticia. Tal vez ya podamos ser amigos y saludarnos 500 veces al mes sin utilidad cuando nos cruzemos. No creo.
Lo siento vecino, no era el perro, era yo.
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