miércoles, junio 02, 2010

Texto pequeño.


Amárrame, pidió ella, sin otro deseo más que el placer de imitar lo visto el fin de semana en una película. ¿Qué? Contestó él, tomando la pretensión de ella por sorpresa como si no hubieran sido todas sus mujeres antes atadas por él.
Amárrame, reiteró ella, haciendo énfasis en las ganas irrazonables de sentirse como la mujer de la televisión. ¿Seguro? Pregunta él por cortesía aunque reprimiendo por amor sus impulsos de penetrar un cuerpo casi innerte.
Amárrame, insistió ella, manteniéndose firme en su comportamiento de reflexión, con un secreto grito, dejando de ser amable petición. ¿Con qué? Preguntó él, siguiendo el juego de la inocencia, del desconocimiento de innobles costumbres tan sádicas como milenarias.
Amárrame. Simplemente amárrame, no me importa con qué. Ya sus caderas subían y bajaban de ansiedad. Él sólo la mira con resignación, preguntándose de dónde vendrán las inclinaciones masoquistas de su novia. Inexplicablemente, sin respuesta, como son todas sus acciones, a él no le queda más que obedecer, incómodo y excitado, al borde de perder el respeto y el control del noviazgo.
Se levanta, desnudo, con el condón ya predispuesto a la copulación, sin saber qué o cómo, se vuelve un hábito, un reflejo en nosotros, pedir o procurar la protección. El miedo ante todo. Miedo de la muerte por contagio de una enfermedad sin orígenes y aun másl miedo de la vida en el vientre. Ella espera y en dos minutos él vuelve de la sala con un pañuelo rosa con negro. La ata al borde de la cama, sin consideración, practicando los nudos que aprendió para salvar la vida de los heridos. Ella lo disfruta como disfruta el café en la mañana, en la tarde, en la noche o en la madrugada.

Etiquetas: