miércoles, junio 02, 2010

Texto pequeño.


Amárrame, pidió ella, sin otro deseo más que el placer de imitar lo visto el fin de semana en una película. ¿Qué? Contestó él, tomando la pretensión de ella por sorpresa como si no hubieran sido todas sus mujeres antes atadas por él.
Amárrame, reiteró ella, haciendo énfasis en las ganas irrazonables de sentirse como la mujer de la televisión. ¿Seguro? Pregunta él por cortesía aunque reprimiendo por amor sus impulsos de penetrar un cuerpo casi innerte.
Amárrame, insistió ella, manteniéndose firme en su comportamiento de reflexión, con un secreto grito, dejando de ser amable petición. ¿Con qué? Preguntó él, siguiendo el juego de la inocencia, del desconocimiento de innobles costumbres tan sádicas como milenarias.
Amárrame. Simplemente amárrame, no me importa con qué. Ya sus caderas subían y bajaban de ansiedad. Él sólo la mira con resignación, preguntándose de dónde vendrán las inclinaciones masoquistas de su novia. Inexplicablemente, sin respuesta, como son todas sus acciones, a él no le queda más que obedecer, incómodo y excitado, al borde de perder el respeto y el control del noviazgo.
Se levanta, desnudo, con el condón ya predispuesto a la copulación, sin saber qué o cómo, se vuelve un hábito, un reflejo en nosotros, pedir o procurar la protección. El miedo ante todo. Miedo de la muerte por contagio de una enfermedad sin orígenes y aun másl miedo de la vida en el vientre. Ella espera y en dos minutos él vuelve de la sala con un pañuelo rosa con negro. La ata al borde de la cama, sin consideración, practicando los nudos que aprendió para salvar la vida de los heridos. Ella lo disfruta como disfruta el café en la mañana, en la tarde, en la noche o en la madrugada.

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jueves, abril 29, 2010

Borrador


Claro que puede que no me encuentres, que en cambio esté vagando con un poco de nostalgia prematura en el pecho por los lugares en los que te he visto caminar, con esa pausa entre el reconocimiento de mi atracción por mirarte hacerlo y la final declaración del cortejo: Me gusta verte caminar, y a menudo te veo caminar en mi mente, que tú no sabes cómo pero llevas un poco de prisa, y me imagino que caminas sin mí con las manos en la sudadera que sólo salen si van a fumar. Y me gusta verte fumar además. Si a tu manera de andar le añado, en mi fantasía asexual, tu manera de fumar mientras caminas, con esa prisa magnética en los pies, y ese destino indefinido, me pierdo en el laberinto que vas haciendo, al caminar, al pasar de las avenidas del centro a las áridas calles de las afueras de Coyoacán.
Me gusta más verte caminar de noche, y es así como más te imagino, cuando estoy aburrida o, distraída e indebidamente atemporal, por causa de imaginarte previamente fumar, o besar, o hablar con la gente menos importante de la ciudad, el tipo de personas de las que uno encuentra su homólogo en cualquier otra colonia, tú sabes, el señor de los periódicos, o el señor de la tienda que se tardó en darnos el cambio de unos cigarros. ¿Por qué será que recuerdo especialmente ese día y no otros? Ergo, ¿Por qué será que recuerdo precisamente ese momento? En la tienda, y ya empezaba a dejar de ser diurna la luz, y empezaste a dejar de ser con el que tuve que improvisar un enamoramiento genérico en un bar, para empezar a ser al que, al menos esa noche, no le podía soltar la mano.
Y era una fiel necesidad  tomarte de la mano, mientras caminábamos, mientras nos sentábamos, mientras cualquier cosa, porque así sentía que me correspondías y creía que te hacía ver que yo también lo hacía. Qué simple y qué indispensable el apretón de manos mientras se anda, al cual antes veía como obligación en lugar de sentirlo necesidad, o comunicación, o necesidad de comunicarte que en esa noche todo cambió o todo volvió a tomar su forma.
Trato de ser coherente, honesta, autónoma antes que ser la autómata que repite los juicios amorosos de los difuntos, aunque me verás hacerlo muchas veces. Pero yo te decía, con una involuntaria distracción: claro que puede que no me encuentres, que esté más bien en dirección a mi casa, o en dirección a la biblioteca buscando más recuerdos tuyos, en la terraza o en los libros que he leído antes. O para variar y para prorrogar esta inclinación inexplicable de pensar en ti, buscando a los amigos que me ayudarán, con sus trivialidades o sus aun sueños inocentes de arte, a desplazarte por un breve tiempo si lo comparamos con el intervalo desde que amanezco hasta que quiero dormir, sólo para matar al insuficiente día en que no estuviste conmigo y alcanzar al día en que estarás.
Claro que puede que no me encuentres, que yo haya pensado como a eso de las ocho de la mañana que no valdrá entrar a la función como igual no valía entrar al concierto si tú no estabas conmigo. No es dependencia o apego o alguna malformación de la amistad de las que habremos padecido antes, sino más bien un deseo de verte mirando o escuchando o viviendo las mismas circunstancias que yo, el mismo arte, el mismo clima, en fin, la misma vida o la misma música que sé que para ti es lo mismo.

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